El reconocimiento facial es una tecnología biométrica que identifica o verifica la identidad de una persona a través de las características únicas de su rostro. Funciona mediante algoritmos que analizan patrones faciales, como la distancia entre los ojos, la forma de la nariz o la estructura ósea, para compararlos con una base de datos. Su desarrollo comenzó en la década de 1960, cuando científicos como Woody Bledsoe iniciaron investigaciones sobre el análisis facial computarizado. Posteriormente, en los años 90, los avances en cámaras digitales y el procesamiento de datos permitieron su uso más amplio, especialmente para seguridad y vigilancia.
La llegada del reconocimiento facial a América Latina se dio en la década de 2010, impulsada por la creciente necesidad de soluciones tecnológicas en seguridad pública y privada. Países como Brasil y México comenzaron a implementar esta tecnología en aeropuertos, fronteras y eventos masivos, mientras que otras naciones lo adoptaron para combatir el crimen y mejorar la identificación ciudadana. Sin embargo, su implementación también ha generado debates sobre privacidad y el potencial mal uso, en un contexto donde las leyes de protección de datos aún están en desarrollo en muchos países de la región. A pesar de esto, el reconocimiento facial continúa expandiéndose, adaptándose a necesidades locales y a los retos éticos que plantea.