Hoy la Inteligencia Artificial (IA) está en boca de todos. Gurús de Silicon Valley, empresarios y futurólogos prometen que será la tecnología que revolucionará todas y cada una de las esferas de nuestra vida. El fenómeno no es nuevo, pero el devenir generativo de la IA la ha convertido en el símbolo del progreso. El relato que se cuenta de esta tecnología está lleno de luces y casi no tiene sombras. Si se mencionan −como son las alucinaciones o los sesgos− se plantean sólo como dificultades técnicas, problemas que se resolverán con el tiempo y la inyección de más datos a la IA.
Pero en paralelo al despliegue de esta tecnología también hay otras transformaciones más silenciosas y menos evidentes a nivel social, procesos lentos que han servido como condiciones de posibilidad para que la incorporación de la IA hoy se entienda como el siguiente paso lógico en la evolución técnica. El proceso ha requerido tiempo y ha cambiado nuestras formas de vivir en el mundo con otros, porque la técnica no es sólo una herramienta, sino también una forma de ver y transformar lo que nos rodea.
Estas otras tensiones han sido el foco de las investigaciones del filósofo francés Éric Sadin en libros como La inteligencia artificial o el desafío del siglo o su más reciente obra traducida al español La vida espectral. En estos el pensador ha puesto a la luz la historia profunda de estas transformaciones y las ramificaciones que han tenido. Aquí me quiero centrar en dos de ellas.
La primera es el posicionamiento simbólico en el que depositamos a la Inteligencia Artificial: un cambio de estatuto que la ha conducido desde el lugar de herramienta hasta el de un “oráculo”. En distintas esferas como el Estado, la sociedad civil, la educación o los negocios, a la IA se le ha dotado de la autoridad simbólica para tomar decisiones y decir qué es lo que tenemos que hacer. Se ha convertido en una instancia consagrada para exponer la verdad, como la manifestación de la realidad de los fenómenos más allá de sus apariencias[1], comenta Sadin. Si alguna vez fue la religión y posteriormente la ciencia la que ocupó el rol de declarar el camino que debíamos emprender como personas y sociedades, hoy la máquina es la que juega ese papel determinando lo cierto, lo incorrecto, lo verdadero, lo bueno y lo malo.
Su poder, su voz y su autoridad no están unificadas, sino que son múltiples, disgregadas en instancias y en diferentes lugares. Hoy los algoritmos de Inteligencia Artificial interactúan con nosotros, nos aconsejan y nos guían a través de apps, relojes inteligentes, cámaras, redes sociales, buscadores y computadores. Máquinas que nos acompañan en nuestra vida cotidiana y que pasan a ocupar el rol de jueces frente a todo tipo de decisiones: lo que tenemos que comer, cuánto debemos dormir, hacia dónde ir, qué es lo que tenemos que escuchar, ver, leer o cuál es la respuesta correcta para cada una de nuestras preguntas. La organización y administración del mundo hoy pasa a ser una decisión entendida técnicamente. Ya no se trata de valores, concepciones o visiones de mundo, sino que de respuestas correctas o incorrectas enunciadas por algoritmos, asistentes virtuales, chatbots y dispositivos smarts. Frente a sus palabras, ya no se trata de desarrollar nuestro propio juicio y tomar una decisión sobre qué es lo que nuestra voluntad debe realizar. La autoridad de la que ha sido dotada, su inmaterialidad y su inteligibilidad la ha convertido en una especie de dios que nos acompaña y ante el cual no hay palabras para responder. Casi no hay caminos claros o transparentes para cuestionar las decisiones de la máquina, porque no somos dueños de los algoritmos, su construcción no responde a un proceso deliberativo y muchas veces ni sus creadores comprenden a cabalidad su funcionamiento. De ahí que la relación que establecemos con ellas, poco a poco, se va convirtiendo en una de adaptación; la máquina es quien decide y nosotros somos quienes debemos encontrar la manera de adecuarnos a esta verdad lo mejor posible[2], como comenta Sadin.
La segunda transformación esbozada por el filósofo tiene que ver con la forma en cómo el individuo comienza a convertirse en el centro del mundo. Nuestro acceso a la realidad hoy se materializa a través de pantallas y algoritmos, interfaces y dispositivos, en los que depositamos nuestros datos, nuestro tiempo y nuestra atención. Los cuales, en recompensa, nos proveen de contenido y de una ventana al mundo hecha a la medida de nuestras preferencias. Ya no existen barreras temporales, espaciales o sociales que nos impidan saciar nuestros deseos, necesidades o pulsiones. Ellos están a la distancia de un click y empaquetados a nuestra medida. El acercamiento más común que hasta ahora hemos tenido con la Inteligencia Artificial ha sido a través de algoritmos de recomendación que nos muestran lo que ocurre a nuestro alrededor; una realidad siempre mediada en base a nuestros intereses individualizados. Saben qué es lo que deseamos, lo que confesamos y lo que callamos; pero su poder no pretende conducirnos a través de la represión y el control, por el contrario, nuestro deseo en un algoritmo se convierte en una expresión de nuestra libertad y voluntad frente a la máquina.
Hoy con el avance de la Inteligencia Artificial Generativa este ímpetu llega a su máxima expresión: sólo con un prompt puedo hacer que mis deseos se vuelvan realidad, aun cuando el mundo no se adapte a este o haya barreras sociales, simbólicas o morales que lo vuelvan imposible. Los algoritmos, dice Sadin, “nos dan la ilusión de que lo real es menos refractario, de que un poder de autonomía (…) está en nuestras manos, al punto de que vemos a algunas personas imaginarse que el universo gravita de ahora en más alrededor de ellas”[3].
Estos dos procesos paralelos hoy se desarrollan paulatinamente y sus manifestaciones emergen en distintas áreas. Diferentes empresas o partes del estado comienzan a hacer uso de la IA como una herramienta para reducir costos, pero también como una excusa tras la cual camuflarse cuando se les solicita responder frente a una decisión. El sistema lo decidió así, la resolución no estuvo en manos de nadie; la respuesta es única, obscura e inapelable.
Así mismo, el mundo comienza a convertirse en otra plataforma, similar a las digitales, para el despliegue de una actitud mercantil en donde el cliente siempre tiene la razón. Apps de citas y de compra y venta de contenido promueven un deseo sin límite y sin barreras habilitado por la lógica de un algoritmo; la política se convierte en un torbellino de distintas voluntades dispersas luchando por ser escuchadas. La lógica del filtro de burbuja hoy se vuelve una característica de la vida contemporánea, una forma de ser en el mundo más que una falla de la comunicación digital.
El gran relato de la Inteligencia Artificial que hoy circula por medios y voces de expertos muy pocas veces contempla las sombras de esta historia. La luz que proyectan los sueños y las promesas de esta tecnología tiende a ser enceguecedora. Pero la crítica a este tipo de técnica y al mundo que construye con ella tiene que partir dibujando y visibilizando las sombras ocultas de estos proyectos: el impacto que tiene esta tecnología en la crisis climática, sobre la psicología de las nuevas generaciones o la comunicación digital social. Pero el mero llamado planteado por los mismos creadores de esta técnica a simplemente adaptarnos a ella para evitar sus riesgos es insuficiente. La Inteligencia Artificial es un proyecto político, un proyecto sobre cómo es el mundo, cómo construirlo y cómo administrarlo. Pero es un proyecto y una visión de un mundo posible entre otros, no un destino inexorable.
[1] Sadin, Éric (2020). La inteligencia artificial o el desafío del siglo: Anatomía de un antihumanismo radical, pág 17-18.
[2] Sadin, Éric (2020). La inteligencia artificial o el desafío del siglo: Anatomía de un antihumanismo radical, pág 100.
[3] Sadin, Éric (2024). La vida espectral: pensar la era del metaverso y la inteligencia artificial generativa, pág 117.
Bibliografía
Sadin, Éric (2020). La inteligencia artificial o el desafío del siglo: Anatomía de un antihumanismo radical. Buenos Aires: Caja Negra.
___________ (2024). La vida espectral: pensar la era del metaverso y la inteligencia artificial generativa. Buenos Aires: Caja Negra.