Simulaciones de gobierno: introducción a la necroeconomía

Cristóbal Cea, Insiste contra el viento, 2020.

El dinero maneja todo a nuestro alrededor, y las simulaciones también. Muchas decisiones gubernamentales están basadas en información reunida, modelada y simulada: las ventas a futuro expanden las cadenas de suministro, los accidentes crean semáforos, la muerte nos fuerza a entrar en cuarentena y los efectos en la economía podrían obligarnos a salir de ella. Sí, el COVID-19 demuestra que nuestra muerte es simulada en dólares también. Estas necroeconomías han estado con nosotros desde la Gran Plaga. ¿Pero pueden sobrevivir la crisis climática? ¿Podemos nosotros? Desnudando la historia de nuestra mortalidad monetaria, ofrecemos un punto de vista para repensar las simulaciones de gobierno que deciden sobre nuestras vidas.

El filósofo francés Michel Foucault definió biopoder como el poder sobre los cuerpos, o las técnicas sociales y políticas para controlar la vida de las personas. El filósofo camerunés Achille Mbembe continuó esta línea de pensamiento llegando a la idea de necropolítica, la política de la muerte, o en sus palabras: “las formas contemporáneas de subyugación de la vida, al poder de la muerte”. El COVID-19 ha puesto estos poderes de relieve. La mayoría de los eventos de cambio mundial del siglo XXI han sido internalizados con la pregunta “¿dónde estabas?”. Por ejemplo, “¿dónde estabas cuando los aviones chocaron?”. Pero la pandemia no conoce un único evento universal al cual referir. Se ha convertido tanto en una pregunta de cuándo como de dónde. “¿Cuándo te tomaste en serio la pandemia?”. Lo más probable es que tu respuesta esté en relación directa con tu proximidad a la muerte. Ya sea una masa crítica o una pérdida específica, la fatalidad definió la realidad del COVID-19.

Para muchos gobiernos, no fue el número absoluto de muertes, sino más bien sus simulaciones las que les hicieron tomar acción. Estados Unidos fue uno de los últimos países que se resistió al confinamiento hasta que el reporte del Imperial College proyectó la posibilidad de dos a cuatro millones de muertes solo en Estados Unidos (si no se tomaban medidas). Y estas no fueron las únicas simulaciones que tuvieron lugar. Una semana después del encierro, se preguntó a viva voz si todo esto valía el costo. Fue una revelación pública única de las economías de mortalidad, o necroeconomías, de las que usualmente estamos aislados, ya sea por juegos de lenguaje especializado o simplemente porque son demasiado siniestras para enfrentarlas. Pero ignorar la financiarización de nuestra muerte no hace que desaparezca. Si alguna vez reconsideramos los sistemas destinados  a mantenernos con vida, es mejor que nos familiaricemos. Qué mejor lugar para empezar que observar la actual crisis a través de los ojos de uno de los modelos de muerte más ampliamente utilizados: el que pone precio a la vida. Es llamado el “Valor de una vida estadística” (VSL) y esto es lo que podrían valer las vidas perdidas por el COVID-19 hasta ahora: 6.46 trillones de dólares.

Valor de una vida y muerte estadística

¿Qué mejor moneda para expresar el valor de la muerte que el dólar estadounidense? No es solo la moneda mundial predominante, sino también la única que negocia contra la descomposición anaeróbica de los organismos muertos enterrados, más conocidos como petróleo (cada nación exportadora de petróleo debe recibir dólares por sus exportaciones, no su propia moneda). Ciertamente, el Valor de Muerte del COVID-19 es una cruda estimación, y tal vez incluso ofensiva, que se alinea con el modelo VSL que la sustenta.

Consciente de esto o no, el VSL ha estado tasando la vida y la muerte por décadas. En 2017, la Casa Blanca utilizó el VSL para poner precio a la epidemia de opioides (504 billones de dólares). El Banco Mundial lo cita con frecuencia, como en sus informes sobre la pobreza. La EPA lo usó en su estudio retroactivo de seis años  sobre el Clean Air Act de 1970, concluyendo que valía el costo por las vidas que salvó ($523 billones por  $5.6 a $49.4 trillones en vidas). Y esto causó que Ford hiciera lobby contra las regulaciones federales de tanques de combustible mientras se encontraba en medio de su fiasco Pinto (el infamemente popular auto de los 70 que tenía un tanque de gasolina con fallas fatales), simplemente porque las 180 vidas que las regulaciones podrían salvar fueron valoradas en  $200,000 por vida estadística  de acuerdo a la Administración Nacional de Autopista y Seguridad Vial, lo que no supera los $137 millones que las regulaciones costarían.

El VSL a menudo funciona contextualmente, basado en la “preferencia revelada”. Por ejemplo, la eventual adaptación de las regulaciones de tanque de combustible, a pesar del lobby de Ford, revela que aquellos que están a cargo valoran la vida en al menos $760,000 ($137 millones por 180 vidas). El “al menos” es indicativo aquí. Esta única instancia simplemente establece un límite inferior.

Para establecer el VSL promedio de una población, son comparadas múltiples preferencias reveladas, incluyendo la preferencia declarada por personas encuestadas sobre lo que están dispuestas a pagar a cambio de reducir su riesgo de muerte prematura.

Tomemos, por ejemplo, una política de polución de aire, que a nivel individual cuesta $3 en impuestos a cambio de reducir el riesgo de muerte prematura en 0.0002 por ciento. Ampliar esto revela un costo de $3 millones (un millón de personas por $3) para salvar dos vidas (0.0002 por ciento de un millón de personas), y por tanto un VSL de $1.5 millones. Otra forma de calcular esto es simplemente dividir la disposición a pagar por la reducción del riesgo.

El truco retórico de Rand

Aquí yace el movimiento intelectual crítico que dio paso al VSL. Si agregamos el precio del riesgo, el valor habla de vidas estadísticas en lugar de cualquier vida en particular o la vida en sí misma. Es un truco retórico, pero que hizo políticamente viable que surgiera el modelo. El mismo truco fue empleado por el gobernador de Nueva York el 24 de marzo (las muertes globales por COVID-19 aún eran 17.241), cuando declaraba: “No vamos a poner una cifra en dólares a la vida humana”[1]. Política y técnicamente está en lo correcto. Thomas Schelling lo dijo él mismo cuando estableció las bases y propuso la terminología del VSL en su libro de 1968 The Life You Save May Be Yours Own.  Schelling señaló que la cuestión del valor de la vida humana en sí misma era demasiado “asombrosa” para que la abordaran los economistas. Pero vidas estadísticas, ahora eso era otra historia.

Schelling había retomado lo que su alumno Jackson Carlson había dejado unos pocos años antes. Ambos trabajaban en RAND Corporation, un grupo de expertos en políticas con sede en Estados Unidos, donde heredaron el legado del fracaso masivo de RAND en 1950. En ese momento, RAND había sido contratado por la Fuerza Aérea de Estados Unidos para planear un ataque aéreo contra la Unión Soviética, que acababa de detonar su primera bomba nuclear. Un total de 400.000 configuraciones fueron simuladas para calcular cómo maximizar el daño dentro del presupuesto de materiales fisibles. El reporte recomendaba llenar el cielo soviético con aviones económicos, que consistían principalmente en señuelos, para abrumar y distraer sus defensas. Las vidas de aquellos que piloteaban los aviones eran excluidas de este cuadro. Es seguro decir que la Fuerza Aérea de EE.UU no estaba contenta.

Para evitar más pérdida de rostro, RAND etiquetó el asunto como un problema de criterio, que no podía ser resuelto debido a objetivos observados y medidos imperfectamente. Pero una década después, Carlson encontró un nuevo enfoque. Observó los $80 millones invertidos por la Fuerza Aérea de EE.UU en el sistema de eyección de cápsulas de los Bombarderos B-58, que se suponía que salvarían de una a tres vidas anualmente. Tomando en cuenta los costos adicionales, Carlson calculó que esta elección revelaba que las Fuerzas Aéreas valoraban la vida de sus pilotos en la suma de al menos $1.17 millones a $9 millones. Una vez más, esto revela meramente un límite inferior, pero fue un enfoque innovador que Schelling extendería al individuo para crear el Valor de una Vida Estadística.

Cristóbal Cea, Le discute a la gravedad, 2020.

La plaga de las siete millones de libras

La historia de la necroeconomía es mucho más larga que la del VSL. Se remonta hasta el dinero de sangre, o weregild, el dinero que un asesino tenía que pagar a la familia de la víctima en tiempos anteriores al sistema de justicia penal. Pero tal vez la primera vez que la muerte fue verdaderamente puesta en términos económicos fue con las secuelas de la Gran Plaga a finales del siglo XVII. En aquel entonces, el economista inglés William Petty calculó que las 68.989 vidas perdidas (hoy en día las estimaciones señalan cerca de 100.000) equivalían a un costo económico de £7 millones. Petty llegó a esta conclusión por medio de los ingresos y gastos totales de Inglaterra (el primer uso del PIB, aunque este término no se acuñaría sino hasta más tarde), del cual luego derivó el precio del inglés y trabajador promedio (£69 y £138 respectivamente). Esta evaluación de la renta bruta y del trabajo luego se denominaría capital humano, y por un tiempo fue el único modelo que podía poner precio a la vida y la muerte.

Por supuesto, el capital humano tiene un alcance extremadamente limitado, enfocado únicamente en el valor material que produce una persona. El modelo VSL de hoy ofrece una mejor imagen, teniendo en cuenta una multitud de preferencias reveladas en combinación con declaraciones de preferencias de personas encuestadas. Pero muchos países carecen de tales encuestas y datos, a menudo conduciendo a un punto de vista occidental-céntrico y enfocado en el dólar, del VSL. Para el Valor de Muerte del COVID-19 observamos un artículo de Cambridge ampliamente citado, titulado Elasticidades de ingresos y valores globales de una vida estadística, en el que los promedios de población de 189 países son calculados en relación con el punto de referencia del VSL de Estados Unidos.

El Valor de Muerte del COVID-19, dentro del contexto del modelo VSL, es una estimación generosa. Los promedios de población omiten detalles como la edad, algo que es más fácil de considerar cuando se enfoca en un solo país, como lo hicieron algunos artículos que analizaron el costo-beneficio del confinamiento. Pero al igual que el modelo VSL en sí mismo, tomar en cuenta la edad no está libre de controversias.

Tragedias de juicio

A medida que las tasas de mortalidad aumentaron y los líderes mundiales invocaron la retórica de la guerra, las enfermeras y médicos en primera línea enfrentaron la verdadera tragedia de la guerra: el triaje, la decisión de a quién extender el cuidado de acuerdo a la urgencia y necesidad, generalmente reservada para tiempos de capacidad limitada como la guerra o medicina de catástrofes. China ya había estado evaluando las admisiones hospitalarias, teniendo que rechazar aquellos pacientes que aún parecían capaces de manejarse sin apoyo médico. Pero en Italia los trabajadores médicos enfrentaron la desgarradora elección de distribuir ventiladores limitados entre pacientes que ya estaban incapacitados. En lugar de priorizar a aquellos en peores condiciones el ventilador sería extendido a aquellos que tenían más probabilidades de sobrevivir, lo que generalmente se reducía a la edad. Los jóvenes antes que los viejos. Las directrices oficiales incluso mencionaban que “puede ser necesario establecer un límite de edad para acceder a cuidado intensivo”.

De acuerdo al jefe de ética médica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, priorizar la edad “no correría en EEUU”. Y tenía razón. Incluso se puede encontrar un precedente en relación al VSL. En el 2003, la EPA redujo el VSL de los ciudadanos mayores para dar cuenta de los años menos que les quedaban. Se convirtió en una protesta pública. Conocido como el “Descuento por Muerte de Personas Mayores”, el Congreso de Estados Unidos tuvo que involucrarse y la EPA finalmente se retiró. Esta vez, con el COVID-19, la oficina federal de derechos civiles de Estados Unidos se aseguró de que no se llegara a la protesta, diciéndole a los hospitales que no discriminaran por motivos etarios, discapacidades, raza o religión.

Algunos han argumentado que la ocupación debería ser tomada en cuenta en su lugar, refiriéndose principalmente a los trabajadores médicos y el clásico caso del doctor de la Armada que viene primero para ayudar a otros. Pero las trampas semánticas y morales abundan, ya que esto puede convertirse rápidamente en priorizar a los trabajadores “valiosos” en general. Esto  fue lo que el Fondo de Compensación para las Víctimas del 11/09 hizo. Sus pagos se basaron inicialmente en la pérdida de ingresos esperados (el valor del trabajador), teniendo como consecuencia que las familias de los corredores de bolsa recibieran más pagos que las de los bomberos que iban a salvarlos. Esta extraña forma de dinero de sangre moderno, o neo-weregild si se quiere, causó una disputa legal que se arrastró durante años.

Con la edad, la discapacidad y la ocupación fuera de la mesa, los hospitales estadounidenses que enfrentaban la realidad de camas y ventiladores limitados, se basaron en el estado general de salud del paciente. A medida que se reduce la prioridad de las personas con enfermedades preexistentes, se exacerban las desigualdades sistémicas que tienen lugar más arriba. Las condiciones preexistentes afectan de manera desproporcionada a aquellos incapaces de pagar atención médica, y son las personas de bajos ingresos y las comunidades de color las que se encuentran en el extremo receptor de esta clasificación supuestamente indiscriminada. Sin culpa de los médicos forzados a tomar esta decisión.

Cristóbal Cea, Se aferra a lo que queda, 2020.

El gran enfatizador

A la muerte nunca ha sido extraña la desproporcionalidad, algo que una vez más ha quedado dolorosamente claro con el COVID-19. Mientras en un comienzo el virus parecía ser capaz de inspirar una nueva internalización de nuestra universalidad biológica, el aumento en el recuento de muertes reveló los problemas que siempre estuvieron ahí, incluyendo las necroeconomías. La pandemia no es el gran ecualizador, si algo es el gran enfatizador.

Mientras tratamos de permanecer a flote en el pantano de una pandemia en la que aún faltan muchos mapas, observamos los modelos que existen y consideramos dónde buscar el futuro. Si bien el COVID-19 ha golpeado con más fuerza en aquellos países que tienen un VSL de más de $1 millón por vida, debemos pensar en lo que esto significa frente al cambio climático en curso.

Tal como en toda muerte, la continua avalancha de desastres ambientales también tendrá efectos desproporcionados. Los lugares del planeta que serán golpeados con mayor fuerza serán aquellos que la actual necroeconomía considera menos valiosos. ¿Qué sucede cuando no se considera que el valor de sus muertes supera el costo de la mitigación? Con la crisis ecológica cayendo sobre nosotros, quizá sea tiempo de incluir más modelos ecológicos en el cuadro. Como el filósofo Slavoj Žižek menciona en su último libro sobre el COVID-19:

“Así no es suficiente con armar algún tipo de atención médica global para los seres humanos, la naturaleza en su totalidad debe ser incluida. Los virus también atacan a las plantas, que son las principales fuentes de nuestros alimentos. Tenemos que tener constantemente presente la imagen global del mundo en el que vivimos, con todas las paradojas que esto implica. Por ejemplo, es bueno saber que el cierre por el coronavirus en China salvó más vidas que el número de muertos por el virus (si confiamos en las estadísticas oficiales)”.

En efecto. ¿Qué podrían aprender los modelos de muerte de los modelos, digamos, de redes alimentarias? Los que aprecian la interconectividad del planeta y ayudan a comprender el valor de esas vidas que podrían parecer insignificantes o incluso imperceptibles al principio. ¿Qué hay acerca de la teoría de las redes sociales que proporciona una mejor comprensión de los efectos dominó de la muerte en las estructuras sociales de las que la vida formaba parte anteriormente? Incluso hay espacio para la continuación de la necroeconomía. Pero no, a menos que salga de las sombras, invite a una amplia conversación e incorpore el valor de la muerte en el contexto planetario más amplio, en lugar de solo la economía.

Este ensayo es parte del proyecto especial Revenge of the Real del programa de investigación The Terraforming y Strelka Mag.

© Strelka Mag. Mayo 2020. Traducido por Diego Maureira y editado por Departamento Estudio de los Medios. Ver publicación original.


[1] Slack, Paul. (2014), La invención de la mejora: información y progreso material en la Inglaterra del siglo XVII. Oxford University Press.

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