Obsolescencia programada

La obsolescencia programada se refiere a la programación de la vida útil de un producto, con el objetivo de que los usuarios lo renueven y así mantengan activas las industrias de producción y consumo capitalistas. Los primeros objetos a los que se les aplicó este concepto fueron de uso cotidiano, como las bombillas de iluminación eléctrica o las medias de nylon, que en sus inicios eran más duraderas y resistentes en el tiempo, por lo que no requerían ser renovadas por los consumidores.

La práctica de determinar la vida útil en el diseño de un objeto se enmarca en el contexto moderno luego de la revolución industrial, cuando la producción en masa mediante máquinas comenzó a generar un gran volumen de productos, superior a la capacidad y necesidad de consumo promedio de cada comprador. Para afrontar este problema, las industrias norteamericanas comenzaron a generar tácticas de marketing que apuntaban a que los consumidores renovaran productos como autos o relojes cada cierto tiempo en función de un nuevo modelo, con un diseño cosmético y apariencia renovada. Asimismo, se inauguró una era de producción de objetos desechables, como vasos de papel, servilletas o papel higiénico, dando inicio a una cultura donde el comprar y tirar comenzó a ser una práctica naturalizada.

Si bien durante la Guerra Fría las industrias de los países occidentales deliberaron ese método de consumo asegurado, los países dominados por la Unión Soviética desarrollaron una producción contraria, donde los objetos debían tener una calidad alta y duradera que se mantuviera en el tiempo y redujera los gastos del Estado. Así, en la RDA existía la norma de que productos como neveras y lavadoras debían tener al menos veinticinco años de vida útil. Muchos de estos productos aún continúan funcionando en perfectas condiciones.

Con el tiempo y el desarrollo de los medios y las tecnologías, la práctica de la obsolescencia programada se extendió hacia los dispositivos electrónicos de uso personal, como los celulares, las impresoras, los computadores y los aparatos de reproducción audiovisual (iPod, mp3 y mp4). Estos objetos de consumo masivo son creados por grandes corporaciones tecnológicas, que cuentan con el monopolio y la compatibilidad necesaria de productos exclusivos de su marca. De esta manera, la vida útil de ciertos componentes, como la batería y la memoria interna, es programada, así como también sus actualizaciones de softwares, formatos de almacenamiento y sistemas operativos, que tarde o temprano condicionan una renovación de estos dispositivos por parte de los usuarios.

Generalmente en los países del primer mundo los consumidores cuentan con los medios económicos suficientes para renovar sus dispositivos, incluso antes de que finalice su vida útil, ya que se guían por la influencia del marketing y el atractivo de los nuevos modelos que salen al mercado anualmente. No obstante, en países de África y América Latina muchos de los usuarios no cuentan con los medios económicos para adquirir estos dispositivos, de manera que existe una cultura de comprar productos de segunda mano, que provienen de los países del norte.

En esa línea de desecho y renovación, países como Ghana funcionan como un gran vertedero de chatarra tecnológica, donde los comerciantes locales reparan y venden los dispositivos que aún cuentan con vida útil. Sin embargo, más del 80% de estos desechos del primer mundo no se pueden reparar, ante lo cual los lugareños receptores extraen el último resquicio comercializable de estos aparatos: el metal interior de sus cables, que es comprado por chatarreros y revendido a países como China o Dubai. El procedimiento para extraer dicho metal es muy tóxico, ya que se requiere de la combustión del plástico que envuelve cada cable, lo que afecta al organismo de quienes lo realizan, generalmente menores de edad y adultos pobres de esa región, que desarrollan problemas respiratorios y otras consecuencias en su salud a largo plazo. Así, los efectos medioambientales de la obsolescencia programada generada desde los países del primer mundo es asumida por poblaciones económica y socialmente vulneradas, lo que se contradice con la imagen corporativa limpia, consciente y armónica que muchas de las compañías intentan proyectar.

Fuentes

Dannoritzer, Cosima. (2011.) Comprar, tirar, comprar. Article Z y Media 3.14. Documental en línea: https://www.youtube.com/watch?v=uGAghAZRMyU

Slade, Giles. (2007). Made to Break: Technology and Obsolescence in America.  Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press.

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