¿Qué guardas en un banco? Tiempo. ¿Pero es el dinero que está guardado en el banco mi tiempo pasado, el tiempo que he gastado? ¿O este dinero me da la posibilidad de comprar un futuro?
Estas distinciones entre guardar e invertir están ligadas a cambios esenciales que van desde el capitalismo burgués temprano hasta el capitalismo tardío, y también a la historia de la relación entre el capitalismo y nuestras vidas, nuestra subjetividad y nuestra singularidad. En este texto intentaré encontrar algunos puntos de referencia para entender los cambios recientes de la percepción en la relación entre dinero, lenguaje y tiempo.
Si comenzamos con una mirada al paisaje europeo actual, encontramos que Alemania es el único lugar feliz por el momento. Los griegos, los portugueses, sin mencionar los irlandeses, eran felices hace algunos años y ahora su estado ha cambiado repentinamente, mientras que el de los alemanes no. ¿Por qué sucede esto? Porque los bancos alemanes guardan el tiempo griego, el tiempo portugués, el tiempo irlandés, y ahora están pidiendo su dinero de vuelta. Algo en este intercambio no está funcionando, pero ¿cómo podemos identificar el problema?
Este es precisamente el enigma o secreto necesario dentro de la era del capitalismo financiero. Pero, ¿es un secreto o un enigma? Podemos decir que el secreto es algo que está oculto en una caja. Si encuentras la llave correcta, la verdad del secreto será revelada. Por otro lado, un enigma no tiene llave ni verdad. Christian Marazzi diría que el capitalismo financiero está construido como un enigma. No puedes encontrar la verdad porque está basada en el hecho de que ha sido disuelta. Ya no está ahí.
En su libro de 1976 El intercambio simbólico y la muerte, Baudrillard escribió que todo el sistema financiero está cayendo en la indeterminación; para el capitalismo financiero es esencial la pérdida de relación entre tiempo y valor. Al comienzo del primer capítulo de El Capital, Marx explica que el valor es tiempo, acumulación de tiempo –tiempo objetivado, tiempo que se ha vuelto cosas, bienes–. No es el tiempo de trabajo ni el trabajo en el tiempo lo que produce valor, ya que importa poco si uno es flojo o eficiente. La determinación importante del valor concierne al promedio de tiempo necesario para producir un cierto bien.
Todo esto es claro: valor es tiempo, capital es valor, o tiempo acumulado, y los bancos guardan este tiempo acumulado. Entonces, de repente, algo nuevo pasa en la relación entre tiempo, trabajo y valor, y algo pasa en la tecnología. El trabajo deja de ser la fuerza, el trabajo muscular de la producción industrial, y comienza a producir signos –productos que son esencialmente semióticos–. Para establecer el promedio de tiempo necesario para producir un vidrio, se necesita simplemente entender el trabajo material implicado en convertir la arena en vidrio, y así sucesivamente. Pero al intentar decidir cuánto tiempo es necesario para producir una idea, un proyecto, un estilo, una creación, nos encontramos con que el proceso de producción se vuelve semiótico, y la relación entre tiempo, trabajo y valor se evapora repentinamente, derritiéndose en el aire.
Baudrillard fue el primer pensador que entendió este pasaje en 1976, pero algunos años antes, el presidente Richard Nixon hizo algo muy, muy clarividente: canceló el “patrón oro” y el sistema Bretton Woods, que fijó la relación entre diferentes monedas en todo el mundo. El dólar se volvió, digámoslo, libre, independiente, autónomo. Y así la posibilidad de tener una medida universal sobre el monto de tiempo necesario para producir una cosa o un bien efectivamente desapareció. Por supuesto, esto significó que los Estados Unidos de América tuvieran que decidir entonces la intercambiabilidad del dólar, pero ¿de acuerdo a qué términos? La financiarización de la economía usaría la violencia como medida. Esta relación no es extemporánea o casual, sino absolutamente estructural: no hay financiarización sin violencia, porque la violencia se vuelve el único medio de producción de valor en lugar de un estándar. Volveré a esto más tarde, pero para hacerlo, primero consideraré cómo el tiempo puede ser hecho para olvidar los bancos.
Mi generación, que podemos llamar la última generación moderna, estaba acostumbrada a pensar el tiempo en términos de progreso, como un proceso de crecimiento e incluso de perfeccionamiento. La idea de futuro fue crucial en esta concepción moderna del tiempo, como vemos en el Manifiesto Futurista de Marinetti de 1909, donde uno encuentra el carácter esencial del capitalismo moderno: una compresión del tiempo como un proceso de potencia creciente y de aceleración. Mientras el concepto de aceleración es nuevo en la historia del pensamiento y en la historia del arte, en las pinturas de Cézanne ya podemos ver una visión ralentizada; y si la percepción del tiempo puede ser ralentizada, entonces puede también ser acelerada, alterada. Henri Bergson ha descrito esto como un cambio desde un concepto del tiempo a un concepto de la duración, visto desde el punto de vista de la percepción, y no espacialmente como extensión. Este cambio crucial marcó un alejamiento de la clásica representación burguesa del tiempo.
Hablando del tiempo como aceleración, los Futuristas Italianos articularon una potencia moderna que es también una potencia masculina –una masculinización de la percepción del tiempo, de la percepción de la política, de la percepción misma, que fue un problema central de la aceleración en la modernidad italiana–. No puedes entender el Fascismo Italiano sin comenzar por sus intentos por desfemenizar la cultura. El Fascismo Italiano es acerca de despreciar a la mujer, y este es uno de los puntos cruciales del Manifiesto Futurista tanto como la creación del ridículo orgullo nacional de los italianos. En la poesía italiana de Dante, Petrarca, Tasso, Leopardi, Foscollo y otros, Italia es siempre caracterizada como femenina –como una hermosa mujer, un cuerpo femenino deseado, una Venus emergiendo desde las aguas del Mediterráneo, y así–. Antes de la modernidad italiana, cuando no era una vergüenza ser italiano, la identificación de sí mismos era femenina. El Fascismo Italiano entonces marcó un punto crucial en el pasaje desde la vergüenza femenina a la aceleración masculina, el orgullo, la agresividad, la guerra, el crecimiento industrial, etc. Pero sigue siendo una búsqueda por otra percepción del tiempo, por una forma de olvidar la propia pereza, lentitud y sensibilidad de la afirmación de una percepción del tiempo en la cual uno es un maestro, un guerrero y constructor de industria.
Entonces, ¿qué le sucedió al siglo que confió en el futuro? Si miramos el año 1977, vemos que este es especialmente importante en la historia de la humanidad. Es el año de la muerte de Charlie Chaplin, un momento que, para mí, marca el fin de la posibilidad de un tipo de modernidad humana y amable. Es el fin de una contradictoria y controversial percepción del tiempo en la modernidad, el tiempo de la horrible máquina invadiendo y destruyendo mi vida. Ese mismo año, Uri Andropov, ex jefe de la KGB, escribió una carta a Leonid Brezhnev, explicando que la URSS tenía cinco años para cerrar la brecha con Estados Unidos en el campo de la tecnología de la información, o todo estaría perdido. Todos sabemos cómo terminó esa historia. Pero 1977 es también el año que, en un pequeño laboratorio de Silicon Valley, Steve Jobs y Steve Wozniak crearon interfaces amigables para el usuario bajo la marca registrada de Apple. Esto no se trata de la Indiani Metropolitani en Roma y en Bologna, sino acerca de Sid Vicious gritando “no hay futuro” en 1977: el futuro se acabó –no pienses en tu futuro, porque no existe–. En un sentido, este lamento fue la premonición última del fin de la era moderna, del fin del capitalismo industrial y el comienzo de una nueva era de violencia total. Si el capitalismo debe continuar en la historia de la humanidad, entonces la historia de la humanidad debe convertirse en el lugar de la violencia total, porque solo la violencia de la competencia puede decidir el valor del tiempo.
También en 1977, la palabra “competencia” se volvió crucial para la economía, cuyo proyecto fue someter las relaciones humanas a un imperativo singular de competencia. El término por sí mismo se naturalizó al punto que decir “competencia” era igual a decir “trabajo”. Pero competencia no es lo mismo que trabajo. Competencia es igual a crimen, igual a violencia, igual a asesinato, igual a violación. Competencia es igual a guerra. Gilles Deleuze y Félix Guattari dicen que el fascismo es “cuando una máquina de guerra está instalada en cada agujero, en cada nicho”[1]. Y yo diría que un régimen económico basado en la competencia es el fascismo perfeccionado. Pero, ¿cómo esta violencia llega a la esfera económica?
William Burroughs ha dicho que la inflación es esencialmente cuando necesitas más dinero para comprar menos cosas. Es simple: necesitas más y más signos, palabras, información, para comprar menos y menos significados. Es la híper-aceleración usada como una herramienta capitalista esencial. Cuando Marx habla de plusvalía relativa, está hablando acerca de la aceleración: si quieres un crecimiento en productividad –que es también crecimiento en plusvalía–, necesitas acelerar el tiempo de trabajo. Pero cuando la principal herramienta para la producción deja de ser el trabajo material y se vuelve labor cognitiva, la aceleración entra en otra fase, en otra dimensión, porque un incremento en la productividad semiótica-capitalista viene esencialmente de la aceleración de la esfera-información –el entorno desde el cual la información llega a tu cerebro–.
No hay que olvidar que tu cerebro funciona en el tiempo, y necesita tiempo para prestar atención y entender. Pero la atención no puede ser infinitamente acelerada. Marx describe una crisis de sobreproducción en el capitalismo industrial cuando la producción supera la demanda. Un exceso de fuerza de trabajo es despedido, que a su vez tiene menos dinero para comprar productos, resultando por lo general en un efecto de declive económico. Sin embargo, en la esfera del capital-semiótico, la sobreproducción está vinculada con la cantidad de bienes semióticos que han sido producidos en relación con la cantidad de tiempo de atención que se dispone. Puedes acelerar la atención tomando anfetaminas, por ejemplo, o usando otras técnicas o drogas que te den la posibilidad de estar más atento, más productivo en el campo de la atención. Pero ya sabes cómo esto termina.
Podemos volver al tiempo de la caída del punto-com del año 2000[2] cuando un número de libros relacionados con el tópico de la atención económica aparecieron en librerías. Los economistas de pronto se volvieron conscientes del simple hecho de que en un mundo semiótico-capitalista, la principal mercancía es la atención. Los noventa vieron una era de incremento de la productividad, aumento del entusiasmo por la producción y creciente felicidad de los trabajadores intelectuales, quienes se volvieron empresarios y aún más con la manía punto-com. Pero la década de los noventa fue también la década de la fluoxetina (Prozac). No puedes explicar lo que Alan Greenspan llamó la “exuberancia irracional” en los mercados sin recordar el simple hecho de que millones de trabajadores cognitivos estaban consumiendo toneladas de cocaína, anfetaminas y fluoxetina a lo largo de la década. Greenspan no estaba hablando de la economía, sino del efecto de la cocaína en los cerebros de millones de trabajadores cognitivos en el planeta. Y la caída del punto-com fue la repentina desaparición de esta anfetamina en los cerebros de aquellos trabajadores.
En los primeros años del nuevo milenio, el colapso del capitalismo o de las economías capitalistas en todo el planeta parecía inevitable. Entonces el 11 de septiembre proporcionó una solución para todo. Solo un doctor demente prescribiría anfetaminas a un paciente depresivo, pero lo que vino después del 11 de septiembre fue exactamente eso. Los trabajadores cognitivos estaban tanto química como económicamente deprimidos, y puesto que la atención económica estaba sobresaturada, era tiempo de empezar la guerra infinita, la guerra preventiva, la guerra sin fin. Esto es lo que los años de Bush trajeron: mientras se usaba una mentira para comenzar una guerra en Iraq que parecía una locura, el propósito fue nunca ganar o perder, sino pelear una guerra que nunca terminaría.
Más y más signos compran menos y menos significados. En una carta al lingüista y semiólogo Thomas Seboek, Bill Gates escribió que “la revolución digital es sobre… herramientas para hacer las cosas más fáciles”[3]. Parece que Bill Gates captó ingeniosamente el problema de la relación entre significado y poder. Construido bajo el principio hippie de acercar la información a la gente, el desarrollo de las interfaces amigables de Steve Jobs y Steve Wozniak comenzó un peligroso proceso de hacer las cosas fácilmente: si haces las cosas fáciles, la gran mayoría de la gente te seguirá. En este sentido, vemos que la evolución del internet es la evolución de un sistema totalitario que comenzó como un canal para investigar y descubrir, para la creación y la invención, para volverse esencialmente el lugar donde las cosas son fáciles. Es de esta manera que el significado puede ser totalmente olvidado, pero la información puede continuar en movimiento. Cuando más signos compran menos significados, cuando hay una inflación de significados, cuando la esfera-información se acelera y la atención es incapaz de seguirla, ¿qué necesitas? Necesitas a alguien que haga las cosas fáciles por ti. Es un problema de tiempo.
El fin de la modernidad llegó con el colapso del futuro, como Johnny Rotten señaló. Pero la postmodernidad, hasta donde podemos afirmar, solo ha producido una máquina tecno-lingüística permeando cada receso de la vida diaria, cada espacio del cerebro social. En un libro de 1977 del antropólogo americano Rose Goldsen titulado La Máquina de mostrar y contar, Goldsen escribió que una nueva generación de seres humanos obtendrá sus impresiones primarias de una máquina en lugar de una madre[4]. Esa generación está aquí. Es una generación que experimenta una relación problemática entre el lenguaje y cuerpo, entre las palabras y el afecto, separa el lenguaje del cuerpo de la madre, y del cuerpo en general –el lenguaje en la historia de la humanidad siempre ha estado conectado al miedo de confiar en el cuerpo–. En esta situación, necesitamos reactivar nuestra habilidad de conectar el lenguaje con el deseo, o la situación se volverá extremadamente mala. Si la relación entre el significante y el significado no puede ser garantizada por la presencia del cuerpo, perdemos nuestra relación con el mundo. Nuestra relación con el mundo se volverá puramente funcional, operacional, más rápida probablemente, pero precaria.
© Revista e-flux. Journal #27. Septiembre 2011. Traducido por Diego Maureira y editado por Departamento de Estudio de los Medios.
[1] Gilles Deleuze y Féliz Guattari, Mil Mesetas: Capitalismo y esquizofrenia, traducido por Brian Massumi (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1987), 214.
[2] Nota del editor. Definición del diccionario de Cambridge: Período a comienzos del año 2000 cuando los precios de acciones repentinamente bajaron, debido a que cientos de compañías realizando negocios en internet fallaron o perdieron gran parte del valor de sus acciones.
[3] Kroker, Michael A. Weinstein, Basura de datos: la teoría de la clase virtual (Nueva York: Palgrave Macmillan, 1994), 13.
[4] Rose K. Goldsen, La máquina de mostrar y contar (Nueva York: Dial Press, 1977), ix.